Comisiones Obreras de Castilla-La Mancha | 29 marzo 2024.

ARTÍCULO DE OPINIÓN DE ANTONIO NAVARRO

Poder y sindicato

    Con la Gran Recesión iniciada en los años 2007 y 2008 se puso en marcha el mayor ataque a la reputación de las organizaciones sindicales desde la dictadura franquista. Previo a las políticas de ajuste impulsadas por la Comisión Europea y ejecutadas por el Partido Popular, el intento por deslegitimar la acción sindical ocupó grandes titulares en los medios de comunicación. Había que neutralizar a las organizaciones obreras y, con ello, atemperar las resistencias a las políticas antisociales que estaban por llegar. A pesar del tiempo transcurrido, el daño ocasionado a los sindicatos perdura.

    30/09/2021.
    Antonio Navarro

    Antonio Navarro

     Con el Gobierno de coalición, ocupando la cartera del Ministerio de Trabajo Yolanda Díaz, el Diálogo Social ha recuperado sus esencias: Articular mediante la negociación tripartita las condiciones laborales y salariales de la clase trabajadora. ERTEs, teletrabajo, conciliación de la vida familiar, SMI y otros tantos asuntos acordados, con y sin el apoyo de la patronal, ponen en valor la necesidad de crear un marco de diálogo. Sin embargo, no se ha podido recuperar el prestigio social del sindicato, un agente irreemplazable en las conquistas sociales. La afiliación, aún en lenta recuperación, no ha conseguido alcanzar las tasas anteriores a la crisis sistémica de la Gran Recesión.

    Apenas superada la crisis, la pandemia ha exigido un cambio cualitativo en las políticas de la Unión Europea, la obsesión por el déficit abre paso a políticas expansivas y de endeudamiento; donde ayer eran ajustes hoy son fondos para la recuperación económica. Una realidad que no hubiera permitido infligir mayores penurias a la población sin grandes movilizaciones sociales. En este nuevo escenario, que los fondos procedentes de Europa no sean apropiados por las empresas del IBEX-35 sino que lleguen a los hogares de las clases medias y trabajadoras, supone un reto sindical de primera magnitud. Acabar con la precariedad laboral, disminuir las tasas de temporalidad, apostar por un empleo digno y de calidad, constituyen las bases sobre las que cimentar el sindicalismo de clase o generalista.

    En una sociedad en la que predomina un individualismo atroz, proliferan los sindicatos corporativos, sus principios se nutren de un fuerte componente egoísta e insolidario, la protección exclusiva del cuerpo o categoría profesional. Las reivindicaciones de otros colectivos pueden esperar, comer dos platos sin importarles si quedan restos para los demás. Individualismo y pérdida del contrario, la invisibilidad del conflicto capital/trabajo acaba en autoexplotación. Frustración destructiva despreciando lo común , la pérdida de confianza en la organización como mecanismo de satisfacción de intereses. El binomio capital/trabajo sufre una mutación a favor del capital sin la presencia de la lucha de clases; bien lo sabe el multimillonario Warren Buffet: «Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos». Por mucho que pretendan hacernos creer que son cosas del pasado, y el mercado de trabajo haya sufrido notables cambios cuantitativos y cualitativos, el conflicto de clases sigue vigente con nuevas formas.

    La meritocracia es una de ellas, pensar que con esfuerzo y trabajo es suficiente para aspirar a una vida repleta de comodidades y lujos, una mentira desmentida innumerables veces con números en la mano. El economista francés Thomas Piketty (‘El capital del siglo XXI’), tras un inmenso trabajo de investigación, pudo acreditar que, salvo el periodo comprendido desde el final de la II Guerra Mundial a finales de los años 70 del siglo pasado, el capital patrimonial tuvo un crecimiento de un 3% frente al 1,5% del capital productivo. Lo que viene a significar que los ricos de cuna tienen dos veces más posibilidades de continuar acumulando riqueza y prosperar que quienes carecen de ellas. Por supuesto, las excepciones son objeto de propagación con el único objeto de reforzar el pensamiento meritocrático: Sé dócil, esfuérzate y llegarás muy lejos. El premio Princesa de Asturias en Ciencias Sociales, Michael J.Sandel (‘La tiranía del mérito’), profesor de Ciencias Políticas en la la Universidad de Harvard, viene a demostrar como el propio Hayek -uno de los ideólogos del neoliberalismo-, resta valor al mérito y el esfuerzo en la compensación económica. Son los mercados y solo ellos los que deciden la cuantía de la recompensa por realizar un trabajo, sin valoraciones morales o éticas. El esfuerzo de un futbolista de élite puede ser similar e incluso menor que el de un alpinista que ha logrado varios ochomiles, sin embargo, el valor del esfuerzo de uno y otro depende del interés social y sobre todo comercial de la actividad que realiza cada cual. Se preguntarán qué tiene que ver todo esto con el hecho sindical: Mucho, los sindicatos son agentes de intermediación; si el valor y cuantía del trabajo lo fijan exclusivamente los mercados, la desigualdad se acrecenta, se necesita fijar unas condiciones mínimas y suficientes de subsistencia con independencia del valor que fijen los mercados.

    Una tarea para la que los sindicatos son imprescindibles, un valor añadido para la cohesión social, para impulsar un modelo de sociedad justa fortaleciendo lo común. Los sindicatos crean y forman parte de lo común, una comunidad de trabajadores organizados por el bien común; la acción sindical, la negociación colectiva, fomentan lazos de convivencia, cuestionan el individualismo, desmienten la conocida frase de Thatcher de que no existe nada llamado sociedad, hay hombres y mujeres y hay familias. Y sindicatos, y colectivos sociales, asociaciones para todo tipo de actividades, una llamada a disolver comunidad. Situar el trabajo en el centro de la sociedad significa conquistar poder contractual, devolver a la sociedad capacidad transformadora, confianza en lo común.

    Sin sindicatos no hay cambio social, predomina la ley del más fuerte, la desigualdad y la injusticia. Sindicato y sociedad caminan juntos, el sindicato nace de la realidad social, en cada momento se adapta a ella con intención de superar los límites impuestos por el sistema capitalista . El momento ahora pasa por recuperar un tejido social sometido a una visión individualista del hecho reivindicativo. No son individuos cogidos de uno en uno lo que proporciona avances a la clase trabajadora, es la organización. La confianza en que «juntos se puede”. Por irrelevantes que puedan ser los cambios, es la única manera de llevarlos a cabo. En soledad solo queda esperar la derrota, y la desesperación del narcisismo frustrado.